martes, 23 de junio de 2009

Antisolemne y soñador a los 80 años, don Paco Ignacio Taibo es escritor sin remedio

* Homenaje póstumo al jefe de la reconocida tribu de periodistas y escritores.
* Esta entrevista se publicó en la revista Gente Sur el 15 de septiembre de 2004.
* Va con dedicatoria cariñosísima para PIT II, Benito, Carlos y doña Maricarmen.
* Dejó que esos ocho decenios pasaran y transcurrieran como siempre quiso.

Luis Alberto García / Revista Gente Sur / Carta Mesoamericana

“La escritura es oficio ético, político y social, en el cual lectores y escritores compartimos pensamientos críticos, utópicos, sueños, ilusiones y geografías’’, define el autor de medio centenar de novelas, libros sobre cine, humor y gastronomía, memorias, crónicas, adaptaciones de obras de teatro, guiones para televisión y miles de artículos.

Para Francisco Ignacio Taibo Lavilla González Nava Suárez Vich Manjón Boluna, mejor conocido como Paco Ignacio Taibo I –nacido en Gijón, Asturias, el 19 de junio de 1924, aunque no le guste recordarlo–, cumplir 80 años ha sido algo bastante sencillo, pues dice que lo único que ha hecho es dejar que esos ocho decenios pasen y hayan transcurrido como siempre quiso.

Después tranquilizó a quienes se pusieron melancólicos por ese motivo, un domingo de agosto pasado durante su homenaje en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de las Bellas Artes de la ciudad de México. “No te fijes, todavía hay cuerda para rato”, expresó.

Aún recordamos las visitas que hacíamos en años mozos a Culiacán 6, en la colonia Roma, de donde en 1975 se mudó a su actual casa-museo, a cuatro cuadras de distancia, para recibirnos vestido de noche; es decir, de batín a rayas y pijama abajo.

Aquel mediodía inolvidable, familiares y amigos del escritor y periodista, mexicano por decisión propia, llenaron el salón de actos de Bellas Artes para celebrar a un hombre que, como lo describió Luis Javier Solana –el primero y el mejor de sus amigos– ha sido un ser excepcional, al considerar que difícilmente la vida intelectual del país hubiera sido la misma sin las aportaciones de “la tribu Taibo” desde su llegada a México, en 1950.




Solana dijo que Paco y Maricarmen Mahojo, su esposa, realizaron una tarea de embajadores, de puente entre esa España que durante tanto tiempo estuvo alejada de México; y fue ahí cuando Taibo I se vio a punto de las lágrimas, disfrutando la ceremonia y observando a quienes nos encontrábamos en las butacas del recinto, y por supuesto, sus tres hijos –Paco Ignacio, Benito y Carlos–, quienes también tomaron la palabra para evocar hazañas y momentos emotivos a quien con cariño llaman el Jefe.

Carlos, maestro de cine, se presentó como obrero fílmico que heredó ciertas cualidades de su padre: “Este encantador bigotón –dijo– me enseñó que la honestidad, la amabilidad, la humildad y la sinceridad son la llave para la felicidad y la amistad”. En tanto, Benito se encargó de describir diez fotos mostrando al padre, al profesional, al escritor y al amigo.

Paco Ignacio II, el mayor de sus hijos -amigo de la Preparatoria 1 de San Ildefonso, donde un profesor esquizoide de nombre Luis Rivera Pérez nos mandó a examen extraordinario especial a fines de 1967-, recordó que una de las principales características del “Circo Ataibo” era la irreverencia.

“Cuando le dijeron en Gijón que habría una calle que llevaría su nombre, informó a la familia y dijo con tono displicente: Cuando esté la placa puesta voy un día y me meo. El resto de la familia dijo: te acompañamos”.


¿Por qué celebrar 80 años de vida de tu padre?, preguntamos a PIT II.

“Celebramos una manera de entender el acto de escribir, que no hace distingos entre el periodismo, la novela, el teatro, que piensa que escribir es un arte mayor siempre. Que el periodismo es una de las bellas artes manipulada, destruida, agobiada; pero al fin y al cabo, es el oficio mediante el cual los sordos recuperan el oído, los mudos la palabra y los ciegos vuelven a ver”.

Días después del homenaje, con Héctor García cámara en ristre y el entrevistado de batín listado –que luego trocó por un bonito chaleco de lana– nos confesó que lo difícil no es hablar o escribir a diario, sino tener algo de qué escribir o conversar cada día.



“No es grave escribir, sino intentar pensar, y por ello soy parlanchín y me cansaría mi propio silencio. Si dejo de escribir será que la respiración se me fue’’, apuntó el entrañable narrador, quien nos obsequió autografiado La mitad de nada, libro escrito con Enrique Castillo-Pesado, con quien conduce un programa de radio desde 1997.

Naturalizado mexicano en 1958, el Jefe Taibo volvió a mostrarse en esta entrevista sonriente y agradecido, como el “antisolemne irredento” que llenó de anécdotas y recuerdos la sala, la estancia y el comedor de la casa, exponiendo cómo ha sido su vida y su trabajo, profundizando en el compromiso ético y social con la escritura y su manera de vivir y entender la literatura y el acto de escribir, al saber que ponerse en el lado de la dignidad conduce al lector por el camino de la reivindicación de los sueños.

En medio de un jugueteo verbal entre dos personajes de dimensiones descomunales –él mismo y el gran Héctor que no dejaba de disparar su recién estrenada cámara digital– festejamos de igual manera lo dicho entonces.

“Estamos ante la idea de que el trabajo con la escritura es oficio ético, político y social, en el cual lectores y escritores compartimos pensamientos críticos, utópicos, sueños, ilusiones y geografías’’, pondera.

Taibo I es autor de medio centenar de novelas, libros sobre cine, humor y gastronomía, memorias, crónicas, adaptaciones de obras de teatro, guiones para televisión y múltiples artículos, padre además del Gato Culto, figura permanente en la página cultural de El Universal, que habla a través de la sabiduría risueña del sentido común, capaz de expresar verdades incontestables en cuatro o cinco palabras.

Entre sus obras se encuentran Fuga, hierro y fuego, Para parar las aguas del olvido, Los cazadores, Enciclopedia del cine cómico, Por el gusto de estar con ustedes, Encuentro de dos fogones, Breviario del mole poblano y El hombre sin corbata, que dan cuenta de los trabajos y manera de ser de Paco Ignacio Taibo I.

Con voz bajita, rodeado de cuadros de arcángeles y barcos de miniatura, don Paco dijo que los Taibo son una familia irreverente frente a todo lo que está mal en el país, y afirmó que no pasará a la gloria por ser el creador de personajes que alardean de la desmemoria que él practicó toda su vida.

Sus hijos dicen haber construido una relación profunda cuyo cemento es la ética, el debate político, la discusión, la palabra escrita, el oficio y la manera de entender y vivir, mientras PIT I asevera: “El acto de la creación es uno, fantasmas y demonios incluidos, porque son muchos años de quemar cartuchos de computadoras, cintas de máquina de escribir y robando papel para conseguir, con la palabra escrita, un mundo mejor, simpático y transparente”.

Con muchísimos años de conocerse, Héctor García terció y dijo: “Taibo I posee el don de la amistad y de la inmortalidad, que cuenta todo lo que le dejen contar y una parte de lo que no le dejen”.

Otros están seguros de que estableció un convenio con su mente para no escribir la verdad, ni toda la verdad, nada más que la verdad y, sin embargo, seguir escribiendo con humildad y sensibilidad, legados –estimó Taibo– para la felicidad y la amistad.

“Formé una familia anárquica que no tiene álbumes de fotografías, salvo dos cajones revueltos con ellas; pero me gustan así porque la memoria no sigue ninguna regla cuando le da por recordar: son ciertos olores, paisajes y frases las que detonan el archivo mental”, sentenció feliz, e insistió: “soy un hombre que ejerce un oficio social: escribir, y practico una profesión que se complementa con el hábito y el goce de la lectura”.

Llevando y trayendo ideas dispersas, don Paco confió en que ambos –hábito y goce–deben ser de primer orden para el ser humano. “Para eso, la poesía es lo mejor que hay, pues permite acercarnos a la emoción y al amor, y por ello Antonio Machado es mi poeta de cabecera”, dijo serenamente sentado en una poltrona a la mitad de la sala.

En 1934 –cuenta–, el alzamiento de los mineros asturianos fue reprimido y los Taibo Lavilla dejaron España. Paco y su hermano Amaro fueron enviados a Francia y Bélgica a estudiar.

“Hubo un breve retorno, y la rebelión fascista contra la República –cuando mi padre y mi tío editaban el periódico Avance– los llevó a la cárcel: fue cuando entré de mensajero en una librería de Oviedo.”

Ese fue su primer contacto serio con las letras, para luego pasar como auxiliar de redacción de El Comercio, convertirse en reportero y llegar hasta la dirección, acomodándose a todas las tareas, incluida la de cronista de carreras de bicicletas en la celebérrima Vuelta de Francia.

Al revelar la firmeza de esa vocación que se expresó al dedicar el libro obsequiado al entrevistador, muy seriecito al apoyarse en una mesa redonda rematada con un florero, ineludible, inmodificablemente, concluyó con apenas unas brevísimas palabras:

“A los 80 años ya no tengo remedio: ya no podré dejar de ser escritor”.

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